“La historia de Marie” de Tina Silver. Capítulo 3

Embárcate en el intrigante Capítulo 3: ‘Destinos entrelazados’, donde la anticipación se entrelazan en la vida de la protagonista. Acompaña a Marie en su viaje en su encuentro con sus amigos queridos. La exquisita descripción de Marguerite y la armonía del jardín iluminado por velas pintan un cuadro de amistad y sofisticación. Sin embargo, la tranquilidad se ve amenazada por un giro inesperado cuando la joven novia decide fugarse, llevándose consigo más que solo su libertad.

Descubre el drama que se desarrolla en este rincón especial cuando Marie se ve envuelta en acusaciones y amenazas. En un giro inesperado, la noche se transforma en una urgente huida, enfrentándose a un pasado doloroso que regresa con la presencia inesperada de Kurt, un nombre que despierta recuerdos enterrados.

Con giros inesperados y un caleidoscopio de emociones, ‘Destinos entrelazados’ promete sumergirte en una trama llena de intriga, amistad, y el inevitable reencuentro con un pasado que se niega a permanecer sepultado.

Capítulo 3 Destinos entrelazados

Me encontraba en mi pequeño apartamento, rodeada de maletas y con el teléfono en la mano a punto de marcar el número de Marguerite. El inminente viaje me había tenido muy atareada toda la semana y el cansancio se apoderaba de mi cuerpo y mente. Cada noche, mientras la ciudad se sumía en el silencio, yo me sumergía en la planificación,

asegurándome de que cada detalle estuviera en su lugar para el viaje que emprendería al día siguiente. A medida que terminaba de hacer las maletas y revisaba una vez más el itinerario, sabía que necesitaba una noche de

sueño reparador para estar lista para la jornada que se perfilaba en el horizonte.

Después de compartir palabras con Marguerite y que la promesa de su presencia avivara la llama de la emoción en mi corazón, decidí dedicar esa noche a mí misma, a desconectar del ajetreo del mundo y a prepararme para el viaje que me esperaba al amanecer. Encendí algunas velas suaves en el apartamento, llenando el espacio con una luz tenue y calmada. Me sumergí en un baño caliente, dejando que el agua tibia relajara mis

músculos cansados y calmara mi mente inquieta.

Después me envolví en una suave bata y me deslicé entre las sábanas frescas de mi cama. Cerré los ojos con gratitud, agradeciendo el silencio de la noche y la paz que había encontrado en mi hogar. Con cada respiración profunda dejé que el cansancio se desvaneciera, preparándome para el dulce abrazo del sueño que me renovaría para el día siguiente.

Sabía que al descansar bien esa noche estaría lista para emprender el viaje temprano por la mañana. Con la mente llena de sueños y el corazón lleno de anticipación, me permití rendirme al sueño, confiando en que el nuevo día traería consigo la calidez reconfortante del hogar de mis queridos amigos.

A la mañana siguiente, al subir a mi coche, un modelo grande y fiable que había comprado de segunda mano, al desplegar el mapa en el asiento, sentí una mezcla de emoción y nerviosismo. Las llaves crujieron en mis manos

mientras giraba el motor, preparándome para el viaje hacia el sur. Pisé el acelerador y me adentré en la carretera, dejando atrás la ciudad. El paisaje cambiaba a mi alrededor, transformándose en colinas ondulantes y tierra amarilla.

Unas horas más tarde llegaba a la encantadora casa de mis amigos a las afueras de Jalisco, donde la tranquilidad del entorno rural contrastaba con el ajetreo de la ciudad que había dejado atrás.

La vivienda, de una sola planta, se alzaba rodeaba de un jardín rebosante de colores y aromas. No muy lejos, una pequeña casa de invitados asomaba entre las sombras de los árboles, esperándome como un refugio familiar.

Marguerite me recibió con los brazos abiertos, su sonrisa iluminando el umbral de la puerta. Entre risas y abrazos, compartimos el gozo de encontrarnos después de tanto tiempo. Noté la ausencia de Hans, quien no se encontraba en la casa, pero la presencia del personal de servicio, amablemente encargado de recoger el equipaje, indicaba que la hospitalidad seguía siendo una prioridad.

Sentadas en el jardín, bajo la fresca sombra de los árboles, Marguerite y yo comenzamos a charlar como si el tiempo no hubiera pasado. Los recuerdos se entrelazaron con las risas, creando un ambiente de amistad que siempre permanecía intacto. Marguerite, que rondaba la treintena igual que yo, irradiaba una belleza que solo la vida bien vivida podía conferir. Su rostro, reflejo de experiencias y risas compartidas, estaba marcado por una serena elegancia. Con ojos chispeantes que revelaban una mezcla de sabiduría y alegría y una sonrisa que iluminaba su semblante, Marguerite personificaba la serenidad de quien ha navegado por los mares de la vida con gracia y determinación. Vestía un elegante mono blanco de exquisita tela y confección, que se ajustaba a su figura esbelta. La prenda resaltaba su estilo refinado, añadiendo un toque de sofisticación al entorno tranquilo del jardín.

Los detalles cuidadosamente elaborados y la simplicidad elegante del conjunto complementaban la belleza natural de Marguerite, creando una armonía visual que no pasaba desapercibida. Con cada movimiento, el mono blanco parecía bailar en sintonía con la brisa suave, haciendo de Marguerite una visión de elegancia atemporal en aquel rincón de su hogar en Jalisco.

Yo no pude contener la emoción al hablar de las hermosas telas de seda que había llevado conmigo. “Son para el vestido de novia de nuestra cliente”, expliqué “Quería que fueran especiales, únicas”. Marguerite asintió “Será un vestido magnífico, estoy segura. Te quedarás en la casita de invitados mientras trabajas en él”.

Sonreí feliz por la cálida bienvenida. “Sí, es mi pequeño rincón de creatividad. Me ayuda a concentrarme y a encontrar la inspiración que necesito”

El día transcurría entre risas, planes y el reconfortante murmullo del jardín. Allí, rodeada de la belleza del lugar y de la compañía de mi querida amiga me sentía agradecida por haber llegado a este lugar que, de alguna manera, siempre sería un hogar lejos de casa.

Durante una semana o tal vez días, ese sería mi hogar temporal. En ese rincón planeaba sumergirme en la riqueza de la cultura, las tradiciones y la calidez de su gente. Pero mientras me dejaba llevar por la emoción del viaje, también sabía que este interludio llegaría a su fin. Al final, regresaría a mi apartamento para continuar con mi vida y mi trabajo.

Nuestra charla animada finalizó cuando el sonido de un motor distinto resonó en el aire. La joven novia, la cliente que esperábamos, llegó en un lujoso coche que conducía un joven chófer que la acompañaba con discrección. Marguerite y yo nos levantamos para recibirla con la calidez que caracterizaba cada encuentro en aquel rincón especial.

Guié a la joven hacia la acogedora casita de invitados, un remanso de creatividad donde cada detalle estaba pensado para inspirar. El chófer, respetuosamente, permaneció a una distancia discreta, esperando a que concluyeran los preparativos.

Una vez dentro, desplegué las hermosas telas de seda sobre una mesa cuidadosamente dispuesta. Cada rollo de tejido emanaba una calidad y belleza indescriptibles. Compartí mi entusiasmo de la historia única detrás de cada tela, revelando sus matices y texturas.

Después le presenté la serie de bocetos meticulosamente elaborados para el vestido de la novia. La joven, con ojos brillantes, examinó cada detalle, dejándose cautivar por las posibilidades que se desplegaban ante ella. Le ofrecí la libertad de elegir el diseño que más resonara con sus sueños.

Entre risas, susurros emocionados y el sueve roce de las telas, la casita de invitados se convirtió en un taller de anhelos. En ese santuario de creatividad, la joven novia y yo, con el chófer como testigo discreto, comenzamos el viaje único hacia la creación de un vestido que contaría una historia de amor.

Estuvimos inmersos en el taller de costura hasta bien entrada la tarde, cuando los últimos rayos del sol comenzaron a ceder ante la penumbra de la noche. La joven novia, radiante con las expectativas de su vestido de ensueño, se despidió con elegancia. Abandonó el lugar en el coche que conducía su apuesto chófer, que la había acompañado desde su llegada.

Satisfecha con la jornada de creatividad me dispuse a cerrar el taller y dirigirme hacia la vivienda principal, donde la calidez de la amistad aguardaba. Al llegar, encontré a Marguerite y Hans, quienes ya estaban disfrutando del comienzo de la noche en el comedor iluminado por velas. La pared abierta permitía que la suave brisa del jardín se filtrara, creando un ambiente cautivador.

Las velas parpadeaban, lanzando destellos de luz danzante sobre la mesa elegantemente preparada. Marguerite, con su ojo meticuloso había supervisado con esmero la preparación de la cena. Los aromas tentadores flotaban en el aire, prometiendo un festín delicioso.

Me uní a la mesa, compartiendo risas y anécdotas del día productivo. La camaradería llenó el espacio, y entre sorbos de vino y platos exquisitos, la velada transcurrió en una armonía de amistad y lealtad. La noche se desplegaba como un lienzo pintado con los colores cálidos de la amistad, mientras el jardín iluminado por velas se convertía en el escenario perfecto para celebrar la magia de aquel rincón único.

Exhausta por el día lleno de trabajo y emociones, me retiré temprano a la acogedora casita de invitados después de la cena. El cálido abrazo del jardín me envolvió mientras me sumergía en una ducha reconfortante. El cansancio me abrazó como una suave manta cuandome deslicé entre las sábanas. Pronto, el sueño me reclamó, llevándome hacia un mundo de tranquilidad.

Sin embargo, en medio de la noche, me desperté abruptamente por la urgencia en la voz de Marguerite. Aturdida y medio dormida intenté comprender la información que llegaba hasta mí. La joven novia, en un giro inusitado, había decidido fugarse con el chófer, llevándose consigo no solo su libertad sino también el dinero que debía entregarme como pago por mis servicios.

Marguerite, con la premura reflejada en sus ojos, explicaba la magnitud de la situación. Los padres de la joven, una familia influyente y poderosa, me acusaban de estar involucrada en la fuga. Hans los estaba reteniendo para ganar tiempo, pero la amenaza latente en el aire indicaba que el peligro acechaba.

Mientras Marguerite hablaba, hábilmente comenzó a hacer una maleta para mí. La realidad me golpeó como un viento frío, y aunque aún estaba medio adormilada, comprendí la gravedad de la situación No tenía tiempo que perder.

“Debes marcharte, Marie”, susurró Marguerite con determinación. “No puedes usar tu coche; debes salir caminando por la parte de atrás del jardín. Un coche te está esperando en marcha. Sube y huye. No podemos permitir que te encuentren”.

Aturdida y confundida, me dejé guiar por la urgencia de Marguerite. En silencio, me puse de pie, siguiendo las instrucciones de mi amiga. Con el corazón latiendo con fuerza y la mente nublada por la sorpresa, me encaminé hacia el desconocido destino que me aguardaba en la oscuridad de la noche.

Antes de salir por la puerta trasera del jardín, lancé una mirada fugaz hacia la casa. A través de la oscuridad, distinguí la figura firme de Hans en el salón donde hacía apenas unas horas habíamos compartido la cena. Su postura denotaba determinación mientras se mantenía de pie ante un grupo de hombres que, con expresiones amenazadoras, intentaban avanzar.

En sus manos, Hans sostenía una pistola que reconocí había guardado desde la guerra, y su mirada intensa revelaba una mezcla de valentía y preocupación. Era una escena surrealista, como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante tenso.

Desde la penumbra del jardín sentí una oleada de preocupación. Mi corazón latía con fuerza mientras me alejaba, dejando a Hans defendiendo el umbral de su hogar contra la tormenta que se avecinaba.

Sin más opciones, me disponía a sumergirme en la noche, cuando Marguerite me detuvo con un gesto apresurado. La prisa se percibía en su voz mientras me explicaba la inesperada complicación “Marie, el conductor del coche es Kurt” El nombre resonó en el aire como un eco del pasado que preferiría olvidar.

La noticia me dejó petrificada. La mera idea de encontrarme con Kurt, de verlo, de compartir el espacio reducido de un coche con él era inimaginable. Era un capítulo de mi vida que había intentado enterrar en lo más profundo de mi ser, y la perspectiva de enfrentarme a ese doloroso recuerdo me resultó abrumadora.

Marguerite, con compasión en sus ojos, explicó la situación con rapidez. No me habían revelado que seguían en contacto con Kurt todos esos años, conscientes de la herida que aquel pasado me causaba. Pero las circunstancias los habían obligado a recurrir a él como única opción viable.

“La familia de la novia no conoce a Kurt ni a su coche”, apuntó Marguerite con tono urgente. “No hay otra opción, Marie. Debes irte inmediatamente. No hay tiempo para pensar”.

Ante la cruda realidad de la situación, aunque reticente, comprendí la imperiosa necesidad de actuar con rapidez. Sin más opción que enfrentar un pasado doloroso para salvaguardar mi presente, me dispuse a atravesar la puerta trasera del jardín, hacia el coche en marcha donde aguardaba un reencuentro no deseado con Kurt.

©TINA SILVER _2023