«Sumérgete en el Capítulo 2: ‘Sombras del pasado’ donde cada puntada cuenta una historia y cada detalle meticuloso se convierte en un refugio contra las sombras del ayer. Entre la efervescencia de un estudio febril y las noches melancólicas en un pequeño apartamento, descubre una narrativa que te transportará a la vibrante París de 1943. Experimenta el crepúsculo dorado, el amor apasionado, y la sorprendente revelación que cambiará el destino de la protagonista. Un relato emotivo que te sumergirá en la tormenta de emociones, traiciones y cicatrices que perdurarán mucho después de que las estrellas hayan asomado en el cielo oscuro de París.
Capítulo 2: Sombras del pasadoLos días pasaban como un sueño interminable, un fluir incesante de emociones y acontecimientos que parecían desdibujar los contornos de mi existencia. Tras mi paseo por el parque me sumergí de nuevo en la actividad febril, creando trajes que contaban historias a través de la tela y las costuras. Cada aguja que atravesaba la seda, cada detalle meticuloso, era una forma de mantener a raya las sombras del pasado que, a menudo, amenazaban con oscurecer mi presente.En medio de la efervescencia del estudio, encontraba un refugio en mi pequeño apartamento. Las noches se convertían en un santuario donde podía dejar vagar mi mente e intentar sanar de los recuerdos que me habían atormentado. Mi cuarto no estaba adornado con fotografías capturando momentos de felicidad. Un mosaico de emociones conformaba mi historia. Él seguía vivo, su sonrisa eternizada en mi mente, recordándome que alguna vez fui feliz.Entonces, una sensación de melancolía me envolvió. Cerré los ojos y dejé que el dolor me invadiera, ya había aprendido a no luchar. Era peor. Siempre empezaba igual, las risas resonaban en mi mente como ecos distantes de un tiempo irrecuperable, susurros del pasado que se negaba a desvanecerse.París. Primavera. 1943El crepúsculo bañaba París en tonos dorados, y yo regresaba a nuestra pequeña buhardilla sin calefacción con el corazón rebosante de alegría. Estaba enamorada y cada paso que daba estaba lleno de anticipación y felicidad. Al abrir la puerta vi sus prendas a la entrada y mi corazón palpitó un poco más fuerte.El sol de la tarde se filtraba a través de los visillos, arrojando un cálido resplandor dorado sobre el rostro del oficial alemán. En la plenitud de la treintena, su presencia era imponente y magnética, como si estuviera tallado por los dioses mismos. Sus ojos, del color del acero, brillaban con una intensidad que podía derretir cualquier corazón. La sombra de una barba bien cuidada acentuaba su mandíbula fuerte y decidida, mientras que su cabello oscuro, ligeramente alborotado por el viento, le daba un aire de misterio irresistible.Vestido con el uniforme militar que se ceñía a su cuerpo atlético, el oficial emanaba una confianza serena y poderosa. Su sonrisa, a veces tímida y otras veces traviesa, encantaba a todos los que tenían el privilegio de verla. Cada gesto suyo estaba lleno de gracia y elegancia, como si estuviera bailando en medio de un campo de batalla, desafiando al caos con su propia calma.Pero lo que más destacaba en él era su corazón apasionado y valeroso. En los momentos más oscuros, su mirada ardiente irradiaba esperanza y determinación, inspirando a aquellos que lo rodeaban a seguir adelante. En un mundo desgarrado por la guerra, él se erigía como un faro de amor y coraje, capturando los corazones de quienes tenían el honor de conocerlo y dejando una huella imborrable en el paisaje de la historia y en mi corazón.Sin embargo, mi sonrisa se desvaneció cuando vi a Kurt de pie, serio y distante en el centro de la habitación.Mis ojos indagaron a los suyos, buscando la calidez y el amor que solía ver en ellos, pero encontré sólo frialdad y acusación. Su voz, antes suave como una melodía, resonó en la habitación, llena de amargura y decepción. “Mi esposa lo sabe, Marie”, dijo con voz ronca, y esas palabras cayeron sobre mí como un balde de agua helada. Mi corazón se detuvo ante la revelación: Kurt, mi amor, mi amante, estaba casado.Atónita, mi mente se negaba a aceptar lo que había oído -“mi esposa”- intentaba procesar la verdad que acababa de descubrir, mi cabeza negaba con un movimiento la realidad que se manifestaba en la pequeña habitación, pero su mirada me paralizó cuando dijo “Has sido tú. Tú lo has provocado” y la dolorosa verdad se abrió de golpe ante mis ojos: no sólo estaba casado, además, Kurt estaba convencido de que yo había revelado su infidelidad a una esposa que no existía para mí, yo era completamente inocente de tal traición. “¡No sabía que estabas casado”, le dije, mi voz temblorosa con la angustia de la injusticia!Intenté acercarme, buscando explicar mi inocencia, quise agarrar su mano como tantas veces había hecho, pero antes de que pudiera hablar, se apartó de mí. Un silencio pesado se instaló en la estancia, roto sólo por el sonido de la calle que, en la claridad de la habitación, donde las cortinas apenas lograban filtrar la luz, se colaba con el murmullo insistente del mundo exterior. Cada risa fugaz, cada paso apresurado y conversación entrelazada, encontraban su camino hacia el espacio íntimo del cuarto. Era como si la ciudad misma estuviera tratando de compartir sus secretos más oscuros con los ocupantes de ese santuario privado. El alboroto de la calle se mezclaba con mi respiración agitada, En medio del bullicio, mi corazón latía sin encontrar consuelo.Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras veía el rostro de Kurt retorcido por la ira y la desconfianza. Otra vez traté de tocar su brazo, desesperada por hacerle entender, pero él me apartó de un empellón violento y, lleno de furia, levantó instintivamente su puño para golpearme. El asombro y el dolor de su rechazó cortó profundamente mi corazón, y mi voz quedó atrapada en mi garganta, incapaz de expresar la tormenta de emociones que me asaltaban. Estupefacta, sin poder apartar los ojos de su puño en alto, como quien se ve en un sueño, levanté mi mano hacia mi boca, queriendo retener el llanto, queriendo, quizás, detener el tiempo, pausar aquella locura. Kurt siguió con la mirada el movimiento de mi mano, entonces me miró a los ojos por última vez en su vida y bajó su puño de hierro, dando un paso hacia atrás.Dándome la espalda se alejó, su figura se desvaneció en la distancia, dejando tras de sí una estela de elegancia y con paso firme se dirigió a la salida, derribando de un golpe a su paso la mesa con un estruendo ensordecedor. Los objetos volaron por el aire antes de estrellarse contra el suelo, un eco de la tormenta que rugía en su interior, abandonando la vivienda sin siquiera volverse. Quedé allí, en medio del caos que se había desatado en la pequeña buhardilla, con el corazón roto y las lágrimas brotando de mis ojos como un río desbocado, sin ver, sin oír, sin entender, vagamente consciente de que mis piernas eran incapaces de sostenerme y de que, poco a poco, me iba deslizando apoyada en la pared hasta acabar en el suelo.Esa noche, mientras las estrellas asomaban tímidamente en el cielo oscuro de París, me quedé sola en la penumbra, tratando de comprender cómo un amor que parecía tan genuino podía convertirse en un torbellino de dolor y pena.Mi cabeza empezó a palpitar, marcando el ritmo de una melodía rota que resonaría en mi alma mucho después de que Kurt se hubiera ido. En ese momento, creí que nunca encontraría la fuerza para sanar, para dejar atrás los escombros de la pasión y reconstruir mi corazón, supe que las cicatrices de aquella noche perdurarían en lo más íntimo de mí. Durante mucho tiempo, cada palabra fue un eco de su voz, un susurro en el viento del pasado que se negaba a desvanecerse.Así fue cómo me encontraron Marguerite y Hans al llegar cuando ya había anochecido, acurrucada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y la mirada fija en ninguna parte.Entraron apresuradamente, preocupados por el estado en el que me encontraba y por el caos absoluto en que estaba la habitación, con la pesada mesa tirada en el suelo, destrozando la tranquilidad del lugar.Marguerite se arrodillaba a mi lado, “Marie, ¿qué ha pasado aquí? ¿Estás bien?” Al mismo tiempo, Hans fruncía el ceño“¿Kurt? ¿Ha sido él quien ha hecho esto?”No contesté. Miré a Hans y Marguerite con ojos inquisitivos y pregunté con voz temblorosa: «¿Lo sabíais?» Mi mirada buscaba respuestas en los rostros de mis amigos, esperando encontrar una verdad que hasta entonces había permanecido oculta “¿Sabíais que Kurt es un hombre casado?”Marguerite parpadeó sorprendida y respondió apresuradamente mientras me tomaba de las manos: «No tenía ni idea, Marie. Acabo saberlo, lo juro». Sin embargo, en el silencio de Hans, se percibía una complicidad que lo delataba. Su mirada evasiva y el gesto sutil de culpabilidad revelaban que él sí conocía el secreto, pero había decidido guardar silencio, dejándome con un sentimiento de traición y confusión que colgaba en el aire como un pesado velo de incertidumbre.Ante el tenso silencio que siguió, Marguerite no pudo evitar preguntar con voz entrecortada: «Marie, necesitamos saberlo, “¿Te ha golpeado?» Sus ojos se llenaron de preocupación, mientras esperaba ansiosamente mi respuesta, temiendo lo que podría descubrir. Aunque Hans no dijo una palabra, sus ojos ardían con determinación, prometiendo venganza si alguna vez descubría que su amiga había sido maltratada. Con la mirada fija en el suelo, suspiré antes de responder con voz temblorosa: «No, Kurt no me ha hecho daño de esa manera». En ese momento, sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal, comprendiendo de repente la verdad que había estado evitando: Kurt no me golpeó por contención, sino por desprecio. La dolorosa realidad se apoderó de mí, haciéndome consciente de que había percibido la repulsión en los ojos de la persona a la que amaba. Me sentí tan pequeña, tan estúpida, luchando por aceptar que todo había estado envuelto en un manto de falsedad y mentira. Giré los ojos hacia la pared y sólo pude decir “No, él no me ha tocado”.TINA SILVER copyright2023Foto de I.am_nah en Unsplash