“La historia de Marie” de Tina Silver. Capítulo 1

Descubre la novela romántica gratis, «La historia de Marie». En este primer capítulo, sigue la vida de Marie desde los parques de París hasta la California luminosa. Experimenta la magia de lo ordinario mientras sus hilos de amor y amistad se entrelazan en una historia auténtica. ¡Lee ahora este capítulo lleno de romance y emociones intensas!

CAPÍTULO 1

No soy especial

No tengo habilidades extraordinarias ni un destino grandioso. Soy, simplemente, alguien común, alguien que ha pasado por la vida de la misma manera que muchos otros lo hacen. Pero, a veces, encontramos momentos que nos transforman, pequeños destellos de belleza y significado que iluminan nuestro camino.Yo también tuve uno de esos momentos aparentemente simples, en un parque olvidado, donde creí descubrir la magia que reside en lo ordinario; que cada vida, incluso la mía, podía tejerse con hilos de amor perdido y amistades inesperadas, creando una historia única en su propia simplicidad.Esta es mi historia, no destaca por ser extraordinaria, sino por su autenticidad y la riqueza de las emociones que compartí. A pesar de las mentiras. Caminé por el parque, dejando que la brisa suave del amanecer acariciara mi rostro mientras el sol surgía en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos y dorados. Mis pasos resonaban en el sendero de arena suave, creando una melodía familiar que parecía mezclarse con los susurros de las ramas de los árboles sobre mi cabeza. Era un lugar tranquilo, un remanso de paz en medio del bullicio de la ciudad, pero a pesar de la serenidad que me ofrecía, este parque siempre me llevaba de vuelta a París, a un tiempo y una pasión que ahora pertenecían a otro mundo, a otra vida. A otra yo.Aquel parque de París, donde solía pasear entonces, tenía un encanto especial, incluso durante los sombríos días de la ocupación. Fue allí, en París, donde viví un amor que, aunque efímero, dejó una huella imborrable en mi corazón. Entre las sombras de aquellos tiempos difíciles, encontré consuelo y esperanza en la ternura que compartí. No hubo promesas susurradas en la penumbra, pero sí caricias robadas bajo la luz de la luna; mi historia estuvo tejida con momentos fugaces pero intensos que quedaron grabados en mi corazón para siempre. Para siempre. Pero todo terminó. Tan rápido como las nubes de tormenta se mueven para dar paso a un cielo despejado y claro. La ciudad del amor se transformó y yo me vi obligada a dejar atrás cada recuerdo, cada callejón adoquinado y cada rincón secreto que había explorado junto a él. La vida, como el viento, me llevó lejos de esa ciudad que una vez fue mi hogar y de aquel hombre que una vez fue mi devoción.Hoy, diez años después, me encontraba en la soleada California, lejos de París, pero aún atada a los recuerdos perdidos en el tiempo.Vivía en un mundo de candilejas y luces brillantes de estrellas de cine deslumbrantes. Mis días estaban llenos de telas exquisitas, patrones intrincados y actores y actrices hermosas que desfilaban frente a mi como diosas en un escenario. Aunque había aprendido a apreciar mi propia belleza con el tiempo, no podía evitar compararme con esas estrellas brillantes que iluminaban la pantalla plateada. A veces, en medio del resplandor de los reflectores, me sentía como una sombra, una figura opacada por la luminosidad de los demás. En mi mano sostenía una carta, cuidadosamente doblada y escrita a mano, dirigida a mis dos únicos amigos verdaderos, Marguerite y Hans. Ellos habían encontrado refugio en México después de la guerra y nuestras cartas se habían convertido en un lazo que nos unía a pesar de la distancia física. Me estaba preparando para visitarlos pronto, y mientras caminaba por el parque, reflexionaba sobre el viaje que se avecinaba. Sentía una mezcla de emoción y nostalgia por reunirme con ellos, por compartir risas y abrazos. Recuerdos. A veces viajaba a México para confeccionar vestidos de novia, una tarea que encontraba desafiante. Era curioso, siempre me gratificaba crear un vestido de novia, a pesar de que nunca usaría uno. Hubo una vez, en París. Imaginé un vestido de novia para mí. Sencillo, sin adornos. Una boda entre las flores y los árboles. Sonreí para mí con indulgencia. Una boda que nunca llegó a ser, una fantasía que se desvaneció en el tiempo y se convirtió en un recuerdo lejano de la joven e inocente Marie que alguna vez fui. El amor, pensé mientras miraba la carta entre mis manos, era como un vestido de novia: hermoso, emocionante y efímero. Mi mente vagó hacia el pasado, hacia los días en que soñaba con un futuro. Soñaba con una vida llena de cariño y risas, con una familia que crecería entre luz y juegos en un parque igual a este por el que ahora caminaba sola. Pero esos sueños quedaron sepultados bajo las cicatrices de la guerra y de las lágrimas que derramé. A pesar del dolor del pasado, había encontrado serenidad en mi presente. Mi trabajo en el cine me brindaba la oportunidad de dar vida a personajes y emociones a través de la magia del vestuario. Cada puntada, cada detalle cuidadosamente elegido, era una expresión de mi arte y mi pasión. Lo que creaba me permitía explorar un mundo de romanticismo y fantasía, un mundo al que nunca pertenecería, pero que podía capturar y transformar en mis manos. La carta, llena de noticias y afecto para mis amigos, me recordaba que, a pesar de los altibajos de la vida, la amistad verdadera perdura. Me llenó de gratitud por tener a personas tan maravillosas en mi vida, personas que habían estado allí para mí incluso cuando las sombras del pasado amenazaron con oscurecer mi mundo. Sus palabras eran un bálsamo para mi alma, una promesa de amor y compañía en un mundo que a veces parecía deslumbrante y solitario. La promesa de reunirme con ellos pronto me llenaba de alegría y expectativas. Planeaba mi viaje con meticulosidad, imaginando los abrazos cálidos y las risas compartidas que nos esperaban. Sería un encuentro lleno de emociones, una paleta de colores vibrantes que contrastaría con los tonos sepia de mis recuerdos de París. Y mientras avanzaba por el sendero del parque, no pude evitar recordar las veces que Marguerite y Hans habían estado a mi lado, ofreciéndome su apoyo cuando más lo necesitaba. Una mueca de dolor cruzó mi cara y no pude evitar encogerme un poco al caminar. Me detuve un segundo, para sobreponerme. El amanecer teñía el cielo con tonos púrpuras y naranjas, creando un espectáculo digno de las películas que solía vestir con mis creaciones. El jardín, todavía envuelto en una suave penumbra, adquiría un aire mágico y misterioso. Me senté en un banco, dejando que el silencio me envolviera como una manta cálida. Intenté evitarlo, pero no lo logré. En ese momento de quietud los recuerdos inundaron mi mente, como escenas de una película proyectada en la pantalla de mis pensamientos. Recordé las noches estrelladas en París, cuando él y yo caminábamos juntos, yo compartía mis sueños más profundos y mis temores más oscuros. Su voz resonaba en mis oídos como una melodía suave y reconfortante, y su mirada me llenaba de amor y promesas de un futuro juntos, me llenaba de esperanza. Pero el destino, caprichoso y cruel a veces nos separó, llevándolo lejos de mí y dejándome con un corazón marcado por la pérdida. Mientras mis pensamientos se perdían en el pasado agité la cabeza con fuerza en negación. No fue el destino el que nos separó. Simplemente él se fue. Me abandonó. Las flores son como los recuerdos. A veces florecen en los momentos más inesperados, recordándonos la belleza efímera de la vida. Entonces, me di cuenta de que aquel parque, con sus sombras y luces, sus susurros de hojas y su suelo cubierto de flores, era un reflejo de la vida misma. Así como las flores encontraban la fuerza para florecer incluso en las condiciones más difíciles, nosotros, como seres humanos, teníamos la capacidad de encontrar la esperanza y el amor en los momentos más oscuros. Guardé una pequeña flor silvestre con cuidado. Me levanté del banco, decidida a enfrentar el futuro con valentía y gratitud por cada experiencia, por cada amor perdido y por cada amistad que se convierte en un faro de luz en el camino. Con una sonrisa en los labios y el corazón lleno de determinación, continué mi camino. El día se extendía ante mí como un lienzo en blanco, lleno de posibilidades y aventuras por descubrir. Y mientras caminaba hacia el horizonte luminoso supe que, por todos esos recuerdos del pasado que llevaba conmigo, siempre habría nubes en mi corazón.